Richard Von Appen presidente de una de las navieras portuarias más poderosas del país busca ir por la presidencia de la Sofofa. Su meta es aunar apoyos y diseñar un plan que sea del gusto de todos los empresarios. Hasta la fecha, cuenta con el apoyo de los grupos Luksic y Angelini. Esta familia se ha caracterizado en buscar pulverizar los sindicatos, no es casualidad la historia de los Von Appen está ligada a los militares nazi y a operaciones clandestinas en América Latina.
Recordemos que la familia Von Appen sacó ronchas debido a los dichos de Sven Von Appen hijo, quien señaló en su momento que los chilenos se volvieron “hambrientos” por los beneficios de la economía y que sería bueno que “gane la izquierda comunista” para que haya una crisis, “y el chileno llegue al nivel que corresponde y no se vuele”, lo que está detallado en el libro “Chile y los Hombres del Tercer Reich”, de María Soledad de la Cerda. Investigación que a su vez explica cómo el padre de la familia, hoy líder del negocio portuario nacional a través de Ultramar, y también importante financista del Centro de Estudios Públicos (CEP), donde Wolf Von Appen es vicepresidente del consejo directivo, tenía encomendado por el régimen nazi hacer volar usinas, barcos y fábricas. Y sobre todo el canal de Panamá.
La familia Von Appen se instaló en Chile en la década de los 40, luego de que su patriarca Julio Alberto Von Appen llegara al país tras ser expulsado de Alemania por participar en actividades de sabotaje en la Segunda Guerra Mundial.
Durante esos días, Von Appen se preparó para contribuir desde la trinchera del sabotaje a la victoria nazi en el mundo. En su última sesión en Berlín, el teniente coronel Weber le hizo entrega de un alambre de estaño y de algunos fulminantes muy sensibles, señalándole: “Este es todo vuestro equipaje de soldado sin uniforme. Alemania confía en que lo demás, lo hará vuestro patriotismo”, dijo el oficial, juntando los tacos de sus relucientes botas y alzando la mano desde su pecho para estirarla y gritar “¡Heil Hitler!”.
En mayo de 1939, Albert von Appen recibió en su oficina de Valparaíso al ciudadano alemán Joachin Rudloff, quien andaba en búsqueda de posibles agentes secretos para el Oberkommando, el Alto Mando de las Fuerzas Armadas Alemanas. Von Appen se sintió orgulloso y muy “honrado con una misión que solo a los elegidos se confiaba”, señalaría años más tarde a la prensa chilena. Dos meses después recibió un telegrama desde la casa matriz de su empresa con la orden de viajar a Alemania.
Tomó un vuelo hacia Buenos Aires y de ahí se embarcó en el vapor Monte Rosa hasta Hamburgo. El 27 de agosto se hospedó en el Hotel Ritz de Berlín y tomó contacto con el propio Rudloff, quien esta vez lo pasó a buscar en su vehículo, vistiendo su uniforme de teniente del Ejército alemán. Ambos se dirigieron al Oberkommando. En ese lugar fue presentado ante un teniente coronel de apellido Weber quien le ordenó crear una red de espionaje para el Tercer Reich y sabotear la producción industrial, minera y todo el tráfico naval que tuviese relación con los enemigos de Alemania en Sudamérica.
Von Appen, lleno de orgullo, respondió de igual manera . El gran objetivo estaba claro y para ello, el teniente Rudloff acordó entregarle mensualmente la suma de $6.500. “Se acordó que yo actuaría con el sobrenombre de Apfel (manzana en alemán), nombre que se eligió de común acuerdo considerando el parecido con mi apellido, Von Appen”, diría años más tarde ante los interrogadores chilenos.
Su primera instrucción fue reunirse en Buenos Aires con el entonces jefe de los espías nazis en Latinoamérica, Dietrich Niebühr. Para no dejar huella alguna de su paso por la escuela de sabotaje alemana, tuvo que realizar un largo periplo que contempló primero Rusia, luego Japón, para terminar en Estados Unidos. Desde allí, tomó un vuelo de Panagra con destino San Francisco-Santiago, arribando a Valparaíso el 26 de diciembre de 1939. Entre su equipaje traía inocentes escobillas de pelo, que en realidad eran bombas de alto poder explosivo e incendiarias, las que pasaron inadvertidas en la aduana nacional. “Debía volar usinas, fábricas, barcos. Todas las instrucciones las había aprendido de memoria y durante el trayecto las repetí, interiormente, muchas veces para no olvidarlas”, recordó.
A mediados de enero de 1940, Albert von Appen viajó junto a su familia hasta Osorno. Allí fueron recibidos en casa de su cuñado, Uwe Behrmann. Von Appen dejó bajo su cuidado a Inge y a los pequeños Sven y Wolf, y desde allí enfiló en solitario hacia Bariloche con destino final Buenos Aires. Llegó a la capital argentina el 1 de febrero y se reunió de inmediato con Dietrich Niebühr, quien le entregó otra buena suma de dinero y fulminantes, los cuales fueron depositados en una caja de seguridad en el Banco Germánico.
Von Appen creía que la capital de Argentina era el lugar ideal para atacar barcos ingleses, tomando en cuenta que en Chile no eran muchas las embarcaciones de la Corona que recalaban en Valparaíso. Para Apfel, solo el puerto de Tocopilla reunía las características apropiadas para algún tipo de sabotaje, debido a las faenas de carga de salitre que allí se realizaban. Por esta razón, no perdió tiempo alguno mientras estuvo en Buenos Aires. Allí se reunió también con José Leute, quien tenía una fábrica de mecánica industrial. Al llegar al lugar, Von Appen extendió un plano para construir explosivos, señalándole a Leute el alambre de aluminio específico que necesitaba para las bombas de tiempo que serían llevadas a bordo de los vapores ingleses. Este último instruyó a su tornero a que fabricara varias piezas. Apfel se fue satisfecho y pagó $750 pesos.
La familia Von Appen se instaló en Chile en la década de los 40, luego de que su patriarca Julio Alberto Von Appen llegara al país tras ser expulsado de Alemania por participar en actividades de sabotaje en la Segunda Guerra Mundial.
Un mes antes, un elocuente Albert von Appen se ponía en contacto con un periodista del diario La Hora para entregar una importante declaración. En ella admitiría su orgullosa filiación al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y detallaba paso a paso su historia para convertirse en el líder del espionaje germano en Chile: “Fui y soy militante activo del partido nazi. No lo niego, así como usted tampoco tendría razón para ocultar su filiación política. Pero sobre toda otra consideración, soy alemán y me siento alemán en cualquier punto del globo. Y como alemán sentí en carne propia la rebelión de mi patria contra los que se oponían a la satisfacción de sus más elementales derechos. Sí, siempre mantuve contacto con Berlín y mi partido”.
Radicado en el país, muy pronto el empresario logró formar un imperio en el mundo de los negocios. En 1952 fundó el holding Ultramar con un capital de US$2 mil, contando en la actualidad con un patrimonio que superaría con creces los US$1.000 millones. De esta forma, la familia ha estado ligada al negocio portuario por más de 60 años, siendo parte activa del actual conflicto que mantiene a los trabajadores portuarios en paro por más de un mes.
El aludido holding Ultramar además alberga a la empresa Ultraport, las navieras Transmares y Ultragas y las portuarias Ultraterra, Depocargo y Sintrans, entre otras. Actualmente, la empresa tiene presencia en 20 puertos del país, como Arica, Iquique, Tocopilla, Angamos, Antofagasta, San Antonio, Coronel y Talcahuano.
En 2013, se conoció que la familia Von Appen figuraba como financista de la Fundación Pinochet, que se dedica a mantener el legado político del dictador. Anteriormente, en 1985, fundaron la organización «People Help People», dedicada a educar a personas de escasos recursos, donde más del 50% de las donaciones provienen del extranjero y el resto de empresarios chilenos.
Hoy esta familia busca aplastar a los trabajadores portuarios que se movilizaron durante el 2018 en Valparaíso. El prontuario anti obrero no debe sorprendernos, es urgente la más amplia unidad de la clase trabajadora para hacerle frente.